El segundo de la tarde... ¿Toro de plaza de primera? ¿O València es otra cosa? |
València, 19 de marzo de 2011. Décima de la Feria de Fallas. Toros de Las Ramblas un lote impresentable y muy desigual, descastado y flojo. Primero y, sobre todo, sexto fueron los que más facilidades ofrecieron. Juan Mora (silencio en los dos), Enrique Ponce (ovación y división) y Sebastián Castella (silencio y una oreja). Lleno.
Sentado en un banco de la estación de Catarroja mientras esperaba al tren que nos habría de llevar a la plaza de toros, con el cálido sol que lució en el día de sant Josep dándome en la cara, aprovechando una de las breves treguas que ha dado la feria , vino un chaval y se sentó en a mi lado, dejando el centro limpio. No era hora de tumultos, con suerte llegaríamos a la plaza cinco minutos antes del paseíllo.
El niño del banco de la estación tendría no más de diez años y estaba impaciente. Nada más sentarse preguntó la hora. Faltaban unos minutos para y media. Las cuatro. Hora de llegada del tren, que todavía se retrasó hasta y 36. Vino su madre y se sentó entre los dos. Del susurro que compartieron entendí en valenciano: "yo que quería ir a ver los corrales y todo".
Ya estaba claro. El chaval iba a los toros con su madre y su padre. Iban a llegar justo y el niño se impacientaba. El padre llevaba las entradas. Las sacó para ver el acceso y tratar de adelantar algo al llegar a la plaza y no ir de puerta en puerta preguntando. Pero el niño ya sabía de sobra por dónde tenía que entrar y cuál era su localidad.
Con el sol y una brisa para nada molesta, hay que decir que en el banco de la estación de Catarroja esperando el tren para València la sensación era inmejoble. "Papá, guarda las entradas que se te volarán. Va, guardalas". Me levanté asomé la cabeza y vi que el tren ya venía y lo dije. "El tren ja ve". El chaval se levantó y con sus padres se subió al tren. Entonces ya le perdí la pista, pero dejó una preocupación, un pensamiento, un pensamiento en voz alta que se convertió en un tweet: "A mi lado un chaval en la estación, emocionado e impaciente por la tarde de toros que va a vivir. Esperemos que nadie le decepcione sobre manera".
Me recordó a otro niño en muchos aspectos. Desde la estación como punto de partida al querer recorrer todos los rincones de la plaza antes de la corrida o a soñar con el triunfo y la emoción de ver una plaza entregada. Pero ya digo, la decepción fue grande.
La corrida del día sant Josep, el día grande de las Fallas, con cartel de lujo y la plaza de bote en bote. De siempre estas tarde tuvieron un runrún especial. Pero ayer no fue así. El principal motivo, una corrida de Las Ramblas impresentable, hueca, descastada, floja de patas. Una corrida desigual en cuanto hechuras, sin pies ni cabeza, aunque eso sí, muy variada de pelo. Hubo uno que se llamo Escaso, nombre ideal para todo el lote.
El primero pareció el uro clásico que hemos visto dibujado en los viejos tratados de tauromaquia y que nos explican el antecedente del toro bravo. Era un castaño claro bragado y meano, alto y bien armado. Con la cornamenta saliendo de bien arriba y apuntando más alto todavía. No fue un toro imposible, pero Juan Mora, desesperadamente fiel a su estilo, no le dio importancia y compuso más la figura que sometió y tal vez, si al toro se le hubiesen impuesto, a lo mejor hubiese roto porque humillar, humillaba y seguía las telas, pero Mora se las dejó enganchar en exceso y no se produjo evidentemente ningún milagro.
A partir de entonces muchos fueron los que se encargaron en decepcionar al chaval y a muchos otros. El segundo, con mucha caja y escasas defensas, menos todavía si comparábamos con el capítulo anterior, no tuvo nada. Fue un mulo descastado, sin asomo de bravura, que se le paró a Enrique Ponce, quien una vez más se volvió a equivocar con la selección de la ganadería y veía como pasaba inédito por las Fallas. Pero si lo de Victoriano del Río fue una ingrata sorpresa, lo de Las Ramblas como que se veía venir.
El tercero por inválido y anovillado fue devuelto a los corrales y en su lugar salió una raspa bien armada para continuar con la pantomima. El toreo no hacía acto de aparición. Tres toros (cuatro con el devuelto) habían salido y la decepción aumentaba. Castella, por cierto, que reaparecía y todo, se matenía inédito.
Esta es la fiesta que tiene que cuativar a futuros aficionados. La que tiene que ilusionar el presente para asegurar el futuro. Pregunto, vamos.
La tarde no tenía razón de ser. Desde hacía un buen rato. Los toros de Las Ramblas sin nada habían dejado la tarde sin argumento con los que defenderse.
¿Y qué sucedió con los toros cuarto y quinto? Pues nada. Mora y Ponce se volieron a estrellar irremisiblemente ante dos toros sin casta ni emoción, parados y renqueantes.
Y fue llegados al último capítulo cuando el personal apretó de verdad con el primer signo de valor y torería de la tarde. El toro sexto había salido. Mal que bien Castella lo había lanceado. El simulacro del tercio de varas se había cumplido y por los menos el bicho se movía.
Llegó el tercio de banderillas y un torero de plata con los palos en la mano captó la atención del público, con lo difícil que ya era a esas alturas. Dejándose ver, vendiendo y bien la suerte. Era Francisco Jesús Ambel quien estaba en los mismo medios con las banderillas, los brazos en alto, citando al toro. Dejándose ver.
El toro se arranca, Ambel cuartea y clava en todo lo alto y asomándose al balcón para salir torerísmo de la cara.
Entonces fue cuando la plaza estalló exageradamente presa de una tarde infumable y sin ningún detalle digno de mención. Estalló abrazando la emoción y la torería. Y volvió a hacerlo porque Ambel pareó de nuevo en todo lo alto tras demostrar una vez más un gran dominio de la escena.
Ambel se convirtió en el triunfador de la tarde con dos pares de banderillas y en la primera sonrisa del niño de la estación.
El toro seguía con pies y permitió a Castella montar su faena. La que empieza con el cambiado por la espalda y pone a hervir aquello. Y lo puso porque la gente ya cabreada se empeñó en que esto no tenía razón de ser, que allí había que hacer algo y entonces fue cuándo València sacó su carácter y se negó a que el día de la Cremà no se le fuese sin triunfo.
Con el toro muy justo, Castella desarrolló su toreo dando ventajas y confianza. Toreo en redondo, muy ligado. En los medios y con la plaza entrega. El chaval seguro que se había reconciliado y los ojos le brillaban ante la situación un tanto forzada e irreal.
La tarde de cabreo no merecía este final, pero resulta que este público es un bendito y tiene más casta, mucha más ¡dónde va a parar! que los toros de Las Ramblas, y cuando tuvieron excusa para embestir, se arrancaron y allá que se fueron. Tanto, que si les dejan sacan a Castella a hombros y todo si éste llega a meter la espada en vez de dejar media estocada honda.
Al final cortó una oreja que no vino a tapar ni un ápice lo desastrosa que había sido la tarde. ¿Hace falta que volvamos a repetir los responsables de tal lamentable espectáculo o ya saben de sobra quiénes son? Muchos, muchos fueron los que decepcionaron al niño del banco de la estación.
EN LA MATINAL DE REJONES salió a hombros el rejoneador Leonardo Hernández, que cortó dos orejas al quinto de la mañana. Con una corrida de Bohórquez que ofreció buen juego, Rui Fernandes: oreja; Andy Cartagena: saludos; Álvaro Montes: saludos; Sergio Galán: oreja; Leonardo Hernández: dos orejas; Manuel Lupi: silencio tras aviso.