València, 17 de marzo de 2011. Sexta de la Feria de Fallas. Toros de Núñez del Cuvillo justos de presencia, bajos de casta y flojos. Duraron segundo, quinto y sexto. Morante de la Puebla (ovación y pitos), José María Manzanares (oreja y gran ovación) y Daniel Luque (palmas en los dos). Lleno de hay billetes. [VÍDEO]
José María Manzanares cutivó con su toreo convertido en caricia suave. Tuvo suerte y tuvimos suerte. En sus manos, en sus muñecas o en el delicado faldón de su muleta coincidieron los dos toros de mejor condición, con el mínimo de casta como para venirse arriba por el mágnifico trato que ofreció el de Alicante.
Manzanares cortó una oreja, que podrían haber sido tres tras la maciza obra que ofreció en el toro quinto. Pero buscó la muerte del Núñez del Cuvillo en la suerte de recibir y no la encontró.
La obra de arte no se tradujo en trofeos, despojos, pero dejó la sonrisa en los rostros, el regusto en el paladar y el toreo en la mismas entrañas.
Manzanares se compenetró a la perfección con la embestida del quinto, de nombre Chalinito. No prometía la cosa. El cuvillo salió renqueante, echando las manos por delante, embistiendo rebrincado, pero demostrando buenja voluntad.
Por dos veces se fue alegre al caballo, aunque del segundo encuentro salió rebotado.
En la primera tanda se movió igual, pero en el de pecho la plaza rugió. El tarro volvía a destaparse. La faena rebosó de temple y suavidad, de torería. Y el toro incluso se iba para arriba, Manzanares en cada tanda ofrecía más distancia, más confianza, y el toro que se venía, recrecido, metía el hocico en la muleta y se iba hasta allá. El toreo lo dictaba Manzanares de forma exuberante. Muñecas, pecho, ritmo, y el toro hasta el final, despacio, hasta el remate en la cadera.
Y por los dos pitones. Con la diestra y con la zurda. Pocas veces el vuelo de una muleta natural fue tan sutil a la par que mandón. Todo, pura delicadeza templada, de gran belleza. Un faenón en fin que no se tradujo en trofeos porque la inspiración le llevó a intentar la suerte a recibir, pero no pudo ser.
Manzanares ya demostró con el tono que afrontaba la tarde derrochando suavidad en el primero de su lote. El tal 'Majoleto' se enceló en exceso en su primera toma en el peto y quedó como somnoliente. Despertó con el quite de Luque breve y suave, ese fue el detalle. Manzanares siguió por ahí. Evitando cualquier tipo de brusquedad, mas al toro lo que le faltó en verdad fue emoción.
Noble y presto al cite, había que esperarlo mucho. Vamos, que no se toreaba solo, aunque mostró buena condición por ambos pitones. De lo que al final fueron un puñado de buenos apuntes, algún derechazo empaquetado, y sobre todo un natural que crujió en las entrañas y que no encontró su siguiente eslabón porque el toro perdió las manos. La cruda realidad que se evitó con temple, gusto y un estocadón y que fue premiado con una oreja.
Porque la tarde en verdad adoleció de falta de toro. Los Núñez del Cuvillo estuvieron faltos de casta. Tras picotazo y medio e intento de hacer el toreo, se venían abajo.
Los incios fueron prometedores y el cartel estrella de las fallas parecía que iba a resultar y todo. Morante demostró disposición. Los astros parecían alineados, listos para el milagro. Sus lances de recibo al que abrió tarde, sin ser el acabose, ya despertaron las gargantas de los más que fieles morantistas de pro, que tiene un ole peculiar de fácil gatillo y especialmente ronco, como tocado de coñac aunque luego resulte que se pnen con agua mineral, que de todo hay.
El caso es que Morante con el débil primero quiso. El correcto saludo y la media fueron buenos presagios. Más todavía el quite, por así llamarlo, de chicuelinas que se guardó para después de la banderillas. Pero el cuvillo soportó no más que una breve tanda y a partir de ahí se afligió. Entonces Morante hizo callar a la música, abrevió y mató de dos pinchazos y una casi entera suficiente.
Daniel Luque se presentó también afanoso con un recibo por verónicas al tercero hasta más allá de la boca de riego, pero ya apenas pasó de ahí. El medio toro se afligió en su escasa casta y quedó en modo borrega. Y como hoy la gente era de paladar fino y no quería ver trabajar como ayer, sino torear, a Luque, tras intentarlo de buena fe, poniendo la muleta por delante, dibujando bien el trazo, dándole al toro trato de bravo y sus tiempos, el personal le exigió brevedad al ver como el animalito ya no podía con su alma.
Lo propio sucedió con el cuarto, un mansurrón descastado que privó a València de disfrutar de Morante un vez más. Aunque también tendría que ver en ello un puyazo criminal en mal sitio. Sin excusa, era
otra borrega no apta para las exquisiteces que es capaz de desparramar (o eso dicen) Morante de la Puebla, que tomó la calle del medio porque ya no le quedaba otra.
Bueno, sí quedaba otra pero ya en el quinto capítulo. Quedaba el exuberante toreo de José María Manzanares. Tan bello, suave y templado como hacía tiempo. Un placer que de tanto que se disfrutó eclipso lo sucedido en el sexto. Luque lo intentó pero sin transmitir al tendido. El personal paladeaba la faena de Manzanares, mientras que de lo demás, pura bazofia bovina, se había desecho inmediatamente.
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